El gráfico de los homicidios en México cuenta varias historias, de las cuales menciono solo algunas:
La transición democrática rompió los arreglos institucionales que mantuvo la paz relativa del ocaso del régimen de partido único (Trejo & Ley, 2020);
La sequía de la segunda mitad de los 2000s llevó a que se rompiera la estabilidad en el campo; el cambio climático, en ese sentido, empeorará la seguridad pública en el país (Argomedo, 2021)
Tras “patear el avispero” en 2006 e intensificar la presencia del Ejército en labores de seguridad pública, el gobierno de Felipe Calderón logró crear un incipiente andamiaje institucional de seguridad civil que se desmanteló durante los gobiernos de Enrique Peña Nieto y López Obrador
La “patada al avispero” de Calderón fue exitosa en reducir la amenaza a la seguridad nacional que representaban los grandes carteles, pero el hecho de que las mafias sean grupos cada vez más pequeños, descentralizados y atomizados, los ha llevado a volverse más violentos (Calderón et al, 2015)
Los homicidios no cuentan toda la historia; si se agregan desaparecidos, la historia es aún peor
La legalización de la marihuana en algunos estados de Estados Unidos (pronto a nivel federal) ha desplazado a las mafias mexicanas en Estados Unidos en ese mercado, por lo cual han tenido que entrar en otras áreas de negocio y a rivalizar entre sí de maneras cada vez más violentas (Swanson, 2020)
Y etcétera, etcétera. Pareciera que no hay narrativa que alcance a racionalizar (ya no digamos a explicar) la escalada de violencia de los últimos 18 años. En cierta medida, la violencia es la gran narrativa de México de inicios del siglo; pero en otro sentido, no: si la violencia fuera algo realmente importante para los grupos de interés relevantes, ya se hubiera hecho algo.
Fuente del gráfico: Estadísticas de defunciones por homicidio de INEGI